martes, 29 de junio de 2010

La industria aceitunera: la gran olvidada de Alcalá de Guadaíra

En Alcalá de Guadaíra, la ciudad del pan y del agua -siempre según Al Mutamid-, llegó a desarrollarse una no menos importante industria: la aceitunera, sector que colaboró en los primeros movimientos migratorios hacia la localidad, gracias principalmente a la gran cantidad de mujeres que trabajarían en el aderezo de la aceituna. Hoy día pocas personas recuerdan la importancia que llegó a tener el sector en la localidad y lo que supuso para la población el desarrollo de nuevas empresas.


Alcalá de Guadaíra, población marcada por la excelsa calidad de su albero -alfombra de las mejores plazas de toros del mundo- y por la belleza de sus extenso parque natural colmado de pinos o del Alcázar, mayor fortaleza almohade de España, y aún conocida en multitud de lugares por su famoso pan.


Con todas estas características es difícil que la industria aceitunera que cobijó la ciudad en buena parte del siglo XX alcance el reconocimiento que hoy día se merece. Son pocos los alcalareños que conocen la importancia que el sector laboral de la aceituna llegó a tener en Alcalá y todo lo que conllevó su crecimiento. La ciudad llegó a vertebrarse en torno al aderezo de la aceituna, familias enteras dedicadas a estas labores, siempre con la mujer como principal protagonista, figura que terminaría convirtiéndose en un símbolo social de la Alcalá del siglo XX.

Sería en la década de 1910 cuando los primeros almacenes de aderezo de aceitunas se instalaran en la ciudad. A medida en que las panaderías locales comenzaban a perder importancia debido a la instalación de nuevas panificadoras en la capital -el gran mercado del pan alcalareño-, los aceituneros comenzarían a hacerse con el peso de la industria de la ciudad. Aunque sería en la última década del siglo XIX cuando Pérez Abascal inaugurara la larga lista de almacenes aceituneros en Alcalá, decidiendo dedicarse a ello motivado por las ganancias que en Dos Hermanas conseguía la familia Ibarra con otro almacén de características similares. A partir de 1920 la gran demanda de aceitunas que Estados Unidos comenzó a realizar aumentó las ventas, hecho que hizo que más alcalareños se animaran a abrir almacenes propios.

De esta manera pueden recordarse gran cantidad de almacenes en la localidad, unos abiertos por alcalareños emprendedores y para la subsistencia de familias enteras y en los que todos sus miembros ayudaban de una forma u otra en las labores del almacén, y otros abiertos por alcalareños más ricos que buscaban hacer negocio en un sector en auge. Pedro Gutiérrez, Juan Ortiz, Beca, La Nocla, Matías Casado -con el sobrenombre de El Cuerno gracias a bulos de la época en los que se dudaba de la fidelidad de la esposa del dueño-, Florencio Ordóñez, Francisco Gutiérrez, Antonio Gutiérrez Gómez o Joaquín García García, uno de los últimos almacenes en quedar en pie, serían algunos de esa larga lista de almacenes que coparían la ciudad de una punta a otra.


El crecimiento del sector aceitunero fue toda una revolución en el mundo laboral de la ciudad, e incluso cabe decir que también lo sería en el de la provincia de Sevilla. Fue en este momento cuando se comenzó la construcción de nuevos barrios en las entonces afueras de Alcalá para que los nuevos alcalareños tuvieran cabida en la ciudad, de este modo barrios como el de San Agustín serían donde vivieran los nuevos alcalareños. Si ya el pan había hecho que gran parte de la población alcalareña se dedicara de una u otra forma a su elaboración, la venta de aceitunas desde la recolección y hasta su venta también iba a ofrecer trabajo a gran cantidad de personas.

A diario también venían los trabajadores de otras localidades cercanas a Alcalá, de esta manera habitantes de Mairena y el Viso del Alcor o Utrera viajaban hasta Alcalá para poder trabajar en los almacenes, trabajadores que aprovechaban los trenes usados para el reparto del pan para así poder viajar de sus localidades de origen hacia Alcalá.


La mayoría de personas que ocupaban los puestos de trabajos en el interior de los almacenes serían mujeres, cuyas labores serían la selección de las aceitunas, el deshuesado y rellenado de las mismas o el rellenado de los envases para su distribución. Un dato significativo para tener constancia de la importancia del papel de la mujer en esta industria lo arroja el censo de 194, que refleja que hasta un 53% de las mujeres trabajadoras de Alcalá trabajaban en este sector, hasta 4000 mujeres que podían llegar a ganar de 13 a 15 pesetas diarias según el trabajo que realizaran y que incluso gozaban de premios y reconocimientos por parte de los dueños de los almacenes según lo bien que hicieran sus trabajos.

La labor de los hombres sería la que mayor esfuerzo físico necesitara, como por ejemplo la construcción de los toneles, el trabajo con los bocoyes en el interior de los almacenes, abriéndolos para el reparto de las aceitunas por las mesas de escogido o su transporte de un lado a otro del almacén según el momento del proceso en el que se encontrara, o la venta de las aceitunas en las distintas ciudades españolas por los representantes.

UN MERCADO NACIONAL
El mercado de las aceitunas alcalareñas se repartía por toda España, desde Soria a Valencia pasando por las Islas Canarias o las Islas Baleares, e incluso llegando a Estados Unidos, el gran comprador de aceitunas en el extranjero. En cada ciudad se exportaba un tipo de aceituna en especial, según tipos, calidades y precios, y es por ello que los almacenes se afanaban en trabajar con todo tipo de aceitunas, aunque la más trabajada fuera la manzanilla, y con todo tipo de aliños y rellenos.

El desarrollo de los almacenes de aceitunas también afectaría a otros tipos de trabajos que formarían parte de este círculo en torno a una misma industria. En Alcalá proliferaron las fábricas de toneles, las cuales surtirían de bocoyes a los almacenes, campesinos de los olivares, operarios de trenes de mercancías y que traerían y llevarían aceitunas, trabajadores y pan de un lado a otro, conductores de camiones, representantes que venderían las aceitunas en otras ciudades por un porcentaje del precio final, e incluso electricistas que supervisaban las nuevas máquinas que usarían algunos de los almacenes tras el proceso de mecanización.
Pese a que la industria crecía y crecía no todos los almacenes iban a contar con olivares propios. Muchas de las aceitunas provenían de poblaciones del Aljarafe, o de otras localidades como Pilas.

Las empresas aceituneras tendrían su gran periodo económico en la década de los 50, momento en el que la industria ve como los pedidos de las grandes ciudades españolas o del extranjero aumentaban y con ello las ganancias. Por contra, la decadencia llegaría ya en las décadas de los años 70 y 80, el aumento del coste de la mano de obra sumado a la pérdida de los mercados en el extranjero haría que el sector entrara en una vertiginosa caída hasta prácticamente su desaparición.

En la actualidad no queda ningún almacén que siga trabajando la aceituna en Alcalá, muchos de ellos fueron comprados o expropiados por el Ayuntamiento de la ciudad, para la construcción de la nueva biblioteca municipal o el nuevo teatro, y otros prefirieron trasladarse a otras localidades sevillanas como Morón para seguir trabajando en esta industria.

EL CASO DE JOAQUÍN GARCÍA
Joaquín García García fue un alcalareño emprendedor, el ejemplo más claro de un ciudadano que en busca de la mejora económica de su familia no dudó en invertir en la nueva industria emergente en la ciudad. Comenzó vendiendo pocos kilos de aceitunas en la plaza de abastos de la localidad, comprando una burra al poco tiempo para poder aumentar la cantidad de aceitunas en venta, y así, viendo que las cosas marchaban, se animó a preparar él mismo los bocoyes para vendérselos a los almacenes que así lo necesitaran. La venta fue en aumento gracias a los trabajadores que venían en el tren, cuya estación se encontraba cerca de otro lugar de venta regentando por su mujer.

Sin abandonar el taller de bocoyes compró un extenso terreno a los pies del Castillo almohade en el que construiría un gran almacén en el que algunos de sus hijos le ayudaría en todo lo que hiciera falta hacer en el almacén, como el caso de una de sus hijas, Luisa, quien llevaría la contabilidad del almacén y sería la encargada, entre otras cosas, de dar el salario diariamente a los trabajadores del almacén.

En primer lugar construyó una gran nave en la que colocarían gran cantidad de pilones donde poder cocer las aceitunas con sosa caústica y agua. El almacén también gozaría de un gran patio exterior en el que poder colocar al sol los bocoyes con las aceitunas en salmuera que deberían ser requeridas a diario por los trabajadores del almacén. En el caso del almacén de Joaquín esto a veces lo realizaban los propios hijos, que principalmente los sábados y domingos, serían los que controlaran el estado de la salmuera y añadirían más si hiciera falta.
Sin olivar propio, esto únicamente estaría al alcance de los más ricos, recibía todas las aceitunas compradas a olivares del Aljarafe sevillano, de donde llegarían gran cantidad de camiones cargos de aceitunas para ser aderezadas en su almacén.

Como en el caso de todos los almacenes alcalareños, su mercado se repartía por toda España, viajando a veces el propio dueño del almacén, Joaquín, con algunos de sus hijos para realizar la venta de sus aceitunas a los distintos clientes.

Ya en el año 82 el almacén entraría en la decadencia como le ocurriría a la competencia y en el año 85 se verían obligados a cerrar sus puertas. Desde entonces y hasta no hace muchos años el viejo almacén con sus naves ha servido de lugar de preparativos de carrozas para cabalgatas de Reyes Magos y desfiles de Carnaval, ensayos de bandas de música, y como no, de lugar de juego para los más pequeños de la familia, y para sus amigos.

Pero hace ya varios años que la verja verde de entrada con las siglas J.G. no se ven en el antiguo almacén de El Punto, el Ayuntamiento de la ciudad expropió el terreno a la familia para la construcción del nuevo teatro municipal. Con su destrucción se han dejado atrás cientos de recuerdos de toda una familia que ha tenido que ver como su almacén se ha ido convirtiendo en un moderno teatro que no hace justicia al trozo de historia que allí se ubicaba y que se ha perdido para siempre.

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