Lo siento, no soy lo fuerte que a veces parezco ser. Perdón, no tengo las cosas tan claras como voy diciendo por esas letras que rellenan este espacio gris. Disculpe, la valentía a veces es una carencia en mis días... y en mis noches.
El último instante antes de activar el off -ese momento en el que dije que te convertías en uno mismo más que nunca- en ciertas ocasiones no se inunda de tanta valentía. Las bravuconadas de unas noches en otras son meros espejismos que se desvanecen al rozarlos con las yemas de los dedos. Los arranques de valentía que tan fuerte te hacen, como si de un burdo guerrero armado hasta los dientes te trataras, algunas madrugadas se ven desprovistas de un simple escudo con el que parapetar tus emociones.
Cuando la humedad de la madrugada empapa tus huesos, el miedo se abre hueco entre murallas de palabras de grandeza y arremete contra tu alma como jamás podrías imaginarlo. ¿Quién no ha tenido miedo a la muerte cuando ha reflexionado sobre ella en el preciso instante en el que te afanabas por dar descanso a la mente? ¿O quién no se ha visto inmerso en el mayor mar de dudas en el que naufragar es la única de las salidas?
La noche trae múltiples sensaciones que te arremeten contra el epicentro de tu ser, te encogen el corazón y te mandan al más profundo de los pozos. De allí, mientras el manto negro salpicado de azul mantenga su mandato sobre ti, no saldrás.
El colegial que piensa que todo lo va a suspender, y siente que los planes diurnos no los va a cumplir jamás. El trabajador que ahora se ve en la calle y nota ligeramente cómo al día siguiente su superior quizás le dé la mala noticia. El enfermo que cree que ya nunca más volverá a ver la luz de un nuevo y gozoso día...
La noche, la hora de ser atrapado por el pánico. El momento en el que tu escudo se desvanece y te atacan más que nunca los pensamientos cotidianos. La noche, el momento en el que creo que me darás una respuesta negativa y presiento cómo esos idílicos momentos que tan bien dibujo a las claritas de la mañana, ya no tendrán sentido y ni tan siquiera existirán jamás.
Cuando la humedad de la madrugada empapa tus huesos, el miedo se abre hueco entre murallas de palabras de grandeza y arremete contra tu alma como jamás podrías imaginarlo. ¿Quién no ha tenido miedo a la muerte cuando ha reflexionado sobre ella en el preciso instante en el que te afanabas por dar descanso a la mente? ¿O quién no se ha visto inmerso en el mayor mar de dudas en el que naufragar es la única de las salidas?
La noche trae múltiples sensaciones que te arremeten contra el epicentro de tu ser, te encogen el corazón y te mandan al más profundo de los pozos. De allí, mientras el manto negro salpicado de azul mantenga su mandato sobre ti, no saldrás.
El colegial que piensa que todo lo va a suspender, y siente que los planes diurnos no los va a cumplir jamás. El trabajador que ahora se ve en la calle y nota ligeramente cómo al día siguiente su superior quizás le dé la mala noticia. El enfermo que cree que ya nunca más volverá a ver la luz de un nuevo y gozoso día...
La noche, la hora de ser atrapado por el pánico. El momento en el que tu escudo se desvanece y te atacan más que nunca los pensamientos cotidianos. La noche, el momento en el que creo que me darás una respuesta negativa y presiento cómo esos idílicos momentos que tan bien dibujo a las claritas de la mañana, ya no tendrán sentido y ni tan siquiera existirán jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario