lunes, 14 de febrero de 2011

El peso de las palabras

La conversación, las palabras, las oraciones, las frases, todo eso forma parte de lo cotidiano, de lo habitual. Constantemente estamos regalando palabras al de al lado, tanto al que nos mira de frente como al que aparta la vista y esconde sus ojos en la infinidad del suelo. En una charla cualquiera no nos percatamos nunca de cuánto dicen las palabras que pronunciamos, debe pararse ante nosotros una oportunidad cuasi única, que consideremos extremadamente particular y especial, para que en ese momento si seamos capaces de analizar qué, cómo, y por qué razón decimos algo. En el resto de las ocasiones decimos y decimos sin parar, o decimos, pero sin decir, que es muchísimo peor.

Yo siempre fui de los que dije eso de: "De lo que digo, nada está dicho por decir". Obviamente, habrá contextos en los que soltar una frase o palabra cualquiera no tendrá importancia, pero eso sólo forma parte de un porcentaje insignificante de todo lo que llegamos a hacer. En el gran porcentaje que resta, toda palabra que liberé y pronuncié, insisto: toda, fue por una razón, decía algo...

Pero ahora viene el quid de la cuestión en todo ésto. ¿Somos conscientes de lo que decimos por mucho que sepamos -o creamos- que es el momento? Sólo el tiempo te lo dirá y tú mismo sabrás responderte si ha merecido la pena o no, si el esfuerzo, el riesgo, el miedo pasado, los nervios tragados y la valentía final merecieron la pena. Ahora mismo, todo eso mereció la pena, pero sólo en parte...

Bucay habla en su libro El camino de la espiritualidad sobre los pesos que arrastramos y que no nos permiten ser libres plenamente. Ese peso mental sobre el alma lo liberé, pero únicamente en aquel momento. La grandeza me invadió, el alma quería salirse de mí y darme un abrazo lleno de felicidad. Ahora, el alma está viéndose aprisionada de nuevo por otro peso derivado, como no, de aquello. Los hechos no se han sucedido. Quizá, el haber medido tantísimo las palabras hizo elegir el momento perfecto para decirlas. Pero también, probablemente, el peso de lo que había que decir era tal, que mejor haberlo tragado, por el bien propio. Aquel peso era aguantable, ahora, al peso se le ha sumado la falta de un algo que hemos perdido por el camino...



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