domingo, 4 de septiembre de 2011

La noche: la hora de la valentía

A estas alturas de la película -o del blog, mejor dicho- más de uno (para qué mentir, nadie lee esto) se habrá dado cuenta de que es en el horario nocturno cuando me da por dejar mi huella por este rinconcito. Y si no se ha dado cuenta de eso, al menos, si se habrá dado cuenta de que hablo de la noche en muchos de los artículos (¿artículos?) publicados con anterioridad.

No me da miedo admitirlo, me gusta la noche. Pero no me gusta la noche para quemarla, exprimirla, sacarle todo el jugo como lo hace la mayoría de la juventud, exprimiéndose su propia vida, e incluso, en algunos casos, acabando con ella. No. A mí me gusta la noche para agotarla de tantas preguntas al vacío. Adoro el manto negro que acompaña a la Luna porque así podemos mirar a la inmensidad del cielo, contemplarlo como no nos deja el astro rey, y plantearnos esas dudas existenciales. Adoro la caída del Sol porque nos deja la estampa inigualable que día a día nos sorprende: un último rayo de luz que se afana por agarrarse a balcones y tendederos, azoteas y tragaluces, hasta que finalmente es engullido por el firme horizonte.

Me gusta la noche porque ella trae sigilosamente el poder pasear por la mágica ciudad, recorrer de vuelta los callejones del olvido y disfrutar de algo que sientes tan tuyo como tu propia sangre.

Y me gusta el último momento de la noche. Ese, el que más. Cuando todo se ha calmado, tu pulso se ha tranquilizado y quieres cerrar los párpados en pro del descanso. Ese momento en el que repasas tímida y rápidamente toda tu vida. Todo lo que acotence en ella. Todo lo que te desvela y te acelera en el momento menos preciso el pulso. Ese, ese es el momento que añoro cuando el sol nos calienta. Justo el instante en el que armado de valor y fuerza decides poner fin a todo aquello con lo que quieres acabar. Promesas que cumplir, planes que ejecutar, propósitos que llevar a cabo y amores que confesar... Ese es el momento en el que te ves capaz de soltar de golpe y porrazo toda la verdad, toda tu verdad, y acabar con mentiras. Ese... ese es el momento en el que te eres, realmente, más fiel a ti mismo.

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